¿Y qué es eso del salvamento? Le pregunta un hombre canoso con cara de citadino, que se encuentra en la mesa del lado cubierto con una ruana y una cerveza fría en la mano. Continúa don Argemiro “Es que nosotros dentramos a lo que llaman el Valle y nos toca auxiliar a jóvenes que están idos. El fin de semana pasado una niña creyó que se estaba incendiando en medio de su locura y se quitó toda la ropa. Cuando la encontramos estaba arrugada, arrugada del frío y temblaba...”. “Seguramente era hipotermia”-- dice el hombre canoso.
Como una cuna del exotismo perdido de la ciudad, entre el verdor de los pinos y la frescura de los vientos fríos que llevan la sangre a cada célula del cuerpo y enrojecen las mejillas, Santa Elena es un espacio de alucinaciones permanentes, pero que padecen de exceso de realidad para los más inconformes.
Los hongos, la marihuana y el LSD han encontrado el despliegue de todos sus efectos en un lugar que realmente los motiva, pero que no puede luchar contra los abusos y la irresponsabilidad de los consumidores. Mucho menos, contra la ola de un mercado de la ilegalidad que empieza a ganar terreno y a incrementar la aversión del campesino por el hombre de ciudad. Cientos de jóvenes frecuentan los ya numerosos “valles de los hongos” en búsqueda del famoso Amanita Muscaria; un hongo rojo de puntos blancos que lleva de vuelta a esas épocas de los pitufos y al reino Fungi de la excentricidad.
Tras el esnobismo de conocer otras dimensiones de la realidad y escapar de una vez de ésta, muchos seudo-intelectuales han aprovechado la curiosidad y la mala información de

Foto tomada de www.focusonnature.be
Pero los problemas no se hacen esperar. Los excesos de la ciudad empiezan a permear las juventudes y a sacarlas de la tranquilidad de las montañas, para meterlas en dinámicas non sanctas que incluyen drogas, alcohol y prostitución. Las cifras de criminalidad y VIH aumentaron en el último lustro de manera preocupante según la corregidora de Santa Elena Sor Maria Benitez, quién además ha expresado su preocupación por el éxodo de las nuevas generaciones que no se quedan en sus veredas a la espera de oportunidades, sino que deciden sus proyectos de vida bajando a la ciudad en busca de los nuevos cánones de belleza, condición social y niveles de vida; siempre buscando nuevos horizontes. O mejor, el horizonte más desgastado de todos: el citadino.
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