jueves, 9 de julio de 2009

SANTA ELENA: TIERRA DE FLORES, TIERRA DE DOLORES.

“Admirar lo lejano, las cumbres detrás de las cumbres, los cerros tras los cerros, la colina que se desprende de la falda, los sotos que se escalonan, los collados que se levantan, las quiebras por donde corre el agua, la opulencia de la vegetación, es, seguramente, uno de los goces más puros y más intensos del alma. Eso reconcilia y ennoblece. ¿Cómo no? Quien tenga ante sí un cuadro grandioso tiene de sentir su influencia, y ante las lejanías el ánimo se difunde. Vuela como el ave que se escapa de la jaula, y volando, volando, gira y se cierne en el ensueño (...)”

Tomás Carrasquilla
Dominicales
Medellín

A las 3:00 a.m. cuando apenas el cielo se debate entre la oscuridad de la noche y los primeros sonidos de la mañana, camiones pletóricos de flores se desprenden, aún con el penetrante frío que deja la neblina del alto, por las elevadas calles que conectan a la ciudad con el corregimiento de Santa Elena.

Los bares del centro apenas se deshacen de los último ebrios de la jornada, cuando los primeros hombres y mujeres se bajan por decenas de una caravana de Land Cruiser de los 70, a tomar posesión del metro cuadrado que en minutos será la posadera de cartuchos de colores inimaginables, rosas, claveles, girasoles, margaritas, agapantos, chispas, pinochos y gladiolos.

Todo un arsenal de material santalenero que llega hasta la “Placita de Florez” de Medellín para luego distribuirse en atrios, auditorios, conventos y floreros de casa. Una costumbre que parece sempiterna pero que se ha posicionado como una nube ante los ojos de los medellinenses, ausentes siempre ante las necesidades de las tierras que usufructuamos en los momentos de ocio y en la satisfacción de placeres.

Pocos saben que el corregimiento de Santa Elena, es mucho más que las flores que se exhiben en el asfalto de la Placita desde hace 118 años, o las que minuciosamente han coloreado las silletas de agosto. Muchos olvidan que subir a Santa Elena es una experiencia de inconmensurable riqueza arquitectónica, de caminos precolombinos y capillas del siglo XVII, pero se aferran al reduccionismo de una tarde de alucinaciones peligrosas en las que la marihuana, la amanita muscaria y los seudo-intelectuales que dicen tener la capacidad de suministrar el Yagé en lo que ellos llaman un “lavado del cuerpo”; se confabulan para esconder las riquezas de fauna y flora que han sobrevivido a las parcelaciones de turistas.

Mientras en las veredas se había manejado durante años un sistema de acueducto de tarifas que apenas sobrepasaban los $1200 pesos mensuales-- como lo recuerda Jaime Peralta, quién vivió varios años fraccionados entre la vereda el Plan y la vereda El Rosariol-- hoy, Empresas Públicas ha empezado a disputarse el monopolio del suministro de agua y planea estandarizar el servicio e imponer sus propias tarifas.

Los planes de desarrollo de la ciudad han estado encaminados a hacer del corregimiento un oasis para el turista medellinense que no tiene que pagar más peaje que aquel que significa el perder la ruralidad de los campos y llenarlos del smoke y el agite de la ciudad de la que pretendemos escapar. El parque Arví, el metro cable hacia la vereda El Tambo y el tradicional Piedras Blancas han sido planeados pensando en el ocio y la diversión del citadino, siendo mucho menor la inversión para los procesos de tecnificación del campo, la salud, la educación y para el desarrollo de estrategias que garanticen la seguridad de los habitantes y de los mismos turistas.

VIVIR Y LUEGO CONTARLA...

Y a volar!!

Problema de miles...


Cuestiones de inseguridad...

Fuentes bibliográficas:

(1)Plan de Desarrollo de Corregimientos 2007-2017
(2)Proyecto de desarrollo del parque ARVÍ
(3)Acta 421 del Concejo de Medellín.
(4)Página principal de Corantioquia: http://www.corantioquia.gov.co/sitio/


UN PROBLEMA DE MILES...

Santa Elena ha sido un corregimiento tradicionalmente floricultor y porcicultor. En el verdor de sus montañas y el buen clima, no ha sido posible un desarrollo óptimo de la ganadería, a pesar de que sería un lugar de muy buena producción lechera, debido a la falta de capital y de tierra del campesino promedio. Sin embargo, las flores y su variada fauna y flora, le han dado al corregimiento la movilidad económica que lo ha mantenido presente como referente turístico y cultural de la ciudad. La feria de las flores, la fabricación de silletas, los parques ecológicos, la floricultura de exportación y la multiplicación de las casas de recreo han dejado a Santa Elena como uno de los corregimientos de Medellín de mayores ingresos.

Pero las cosas no son siquiera cercanas al color de rosa. Los ingresos se contraponen al descuido de las zonas fronterizas entre los diferentes municipios que tienen jurisdicción en esas tierras, como Copacabana, Guarne, El Retiro, Envigado y Ríonegro. La feria de las flores, que prácticamente se ha desplazado a la vereda El Placer, ha dejado resentimientos entre los líderes de las veredas mismas que permanecen bloqueadas para los turistas durante la construcción de silletas, y, quienes aman la uniformidad del prado se abstienen de presenciar los cientos de borrachos que van en busca de las fiestas de agosto.

Luis Ivan García, dueño de una finca de recreo en la vereda El Placer cuenta: “(...)en la fiesta de las flores prefiero no venir a la finca, y generalmente cuando vuelvo, me toca dedicarme a recoger botellas de vidrio, desechos de plástico y todas las porquerías que deja la fiesta. Tiene uno que recuperar las flores que quedan y lo que es peor, empezar a rellenar las pisadas que dejan todo hecho un pantanero (...)”.

Por otra parte, Santa Elena ha sido por tradición una tierra de grandes familias que se disponen como lunares de decenas de integrantes en grandes extensiones de tierra. La Loma de los Vásquez, es uno de esos casos en los que hectáreas completas estuvieron siempre bajo el monopolio de un mismo apellido. Familias que por herencia han sobresalido en la región, en número y capacidades económicas, se han dedicado al trabajo de las flores y a la creación de silletas altamente tecnologizadas por maestros de artes de la ciudad y con ingeniería nueva. La sillleta tradicional es hoy apenas una categoría que difícilmente compite con la sillleta temática de novedosas formas y colores.

Pero los problemas económicos más graves, empezaron a llegar con el surgimiento de grandes porcicultores y la floricultura de exportación. Al tiempo que se tecnificaban y ensanchaban sus dominios, los dueños de éstas grandes industria empezaron a verse relacionados con la expedición irregular de licencias, los toques de queda y la llegada de bloques paramilitares con cobros de vacunas e intimidación a dueños de tiendas locales y contra aquellos que deambularan hasta altas horas de la noche. Los intentos por reclutar a los jóvenes de veredas poco frecuentadas por el turista como El Rosario, no se hicieron esperar, y los campamentos empezaron a poblar los colosales bosques de la zona.

“Un día, caminando por unos senderos de El Rosario, una amiga bióloga y yo que estábamos tomando fotos a las 6:00 de la mañana, nos topamos con un cambuche de los paramilitares. Los reconocimos aunque tenían raciones de comida del Ejército Nacional, pero todo indicaba que no eran militares. La suerte, fue que al parecer estaban dormidos y pudimos pasar desapercibidos.”--Cuenta Jaime Peralta, preocupado por la situación-- y para terminar apunta: “(...)oportunidades, es la falta de oportunidades, es la precariedad general del campo, la ineficacia del Estado, la ignorancia del turista y la indiferencia frente a lo bello y frente a lo sublime; porque ése es el quid del asunto, la indiferencia como grado cero de valoración (...)”.

CUESTIONES DE INSEGURIDAD...


El domingo 12 de abril a las 5:30 de la mañana, Santiago Gómez, estudiante de ingeniería administrativa de la EIA y Clara García , su novia, y estudiante de diseño de la UPB, apenas dormitaban en su carpa en las horas más frías de la mañana santalenera.

En la vereda Barro Blanco, en un tupido bosque de pino Pátula que aparecía entre las malezas que cercaban un camino irregular y amarillento, ambos habían decidido armar su carpa y disfrutar del silencio nocturno que prometía la extensión de esos árboles y la abundancia paisajística del lugar al calor de una buena fogata y unas latas de salchichas.

Todo se confabulaba para dar forma a una buena aventura para principiantes: cercanía a la ciudad, poco presupuesto necesario y la soledad total del lugar. El frío apenas podía ser un inconveniente bajo el calor de una buena sleeping bag y las ligeras lluvias de la madrugada no entrarían en la carpa, a menos de que derivaran en una tormenta.

Nada podía ser tan imprevisible, como que a las 6 de la mañana, Santiago y Clara iban a estar sentados en la sala de espera de la estación de policía de Santa Elena para efectuar la denuncia de dos celulares y una billetera con todos los papeles adentro y, nada pudo haber resultado tan inesperado, como que media hora antes dos hombres iban a entrar abruptamente en la carpa, con cuchillos en la mano, para exigir la entrega de todo lo que estuviera al alcance y tuviese algo de valor.

“lo que importa no fue lo que se llevaron, porque al fin y al cabo era muy poquita la plata que Santi tenía en la billetera y los celulares tampoco eran mayor cosa, el susto y la sensación de haber sido atracados fue lo que me puso a llorar desconsoladamente hasta llegar a Medellín otra vez . Es que el miedo que yo sentí cuando esos tipos entraron en la carpa fue horrible. Siempre pensé que pudo pasar algo peor”.--Dice Clara, mientras recuerda semejante anécdota--.

No es ésta la primera ni la última vez en que la situación de inseguridad de Santa Elena debe alarmar a los descuidados campistas y exigir el trabajo de las autoridades. Pero el corregimiento, no parece estar incluído en los planes de seguridad de la Alcaldía, al menos en otro nivel que sobrepase la creación de una nueva estación de policía; ni siquiera sabiendo ésta que Santa Elena ha sido siempre un espacio de alta vulnerabilidad debido a la marginalidad de los barrios que la limitan y a que es un buen escampadero para jóvenes desocupados que se han dado cuenta del flujo turístico del lugar.

Según Jaime Peralta, la zona fue siempre un lugar disputado por los grupos armados al márgen de la ley y, tuvo la desafortunada presencia del Bloque Metro, que lo veía como punto estratégico para el tráfico de armas y de cultivos ilícitos. “Desde una finca que tenía en la vereda El Rosario, me tocó ver un cultivo de marihuana que en principio confundí con flores por los plásticos que tenían de protección”--cuenta Jaime entre las risas que le produce la candidez de su conclusión.

Para el asesor de la Alcaldía Jorge Mejía Martínez, “en desorden el incremento de la criminalidad está relacionada con el incremento del narcotráfico, ésta actividad ilícita en lugar de debilitarse se ha recrudecido y las políticas que se han tenido para afrontar los probemas no han dado los resultados esperados. Los otro es la crisis del proceso de desmovilización, ese proceso en lugar de consolidarse se ha estado debilitando, como consecuencia de errores en el inicio del proceso”.

Los problemas de inseguridad se han extendido a los senderos ecológicos de las veredas más visitadas, donde las riqueza del paisaje y una buena cámara fotográfica son el blanco preferido de los amigos de los ajeno. “Los campesinos de la región alarman y recomiendan no dejar las puertasde las fincas abiertas, ni hacer caminatas en la noche. Pero no es aceptable que los corregimientos de la ciudad sean usufructuados y destruídos por los citadinos sin recibir absolutamente nada a cambio, si siquiera la idea de que se encuentran vigilados por un Estado Social de Derecho que lucha por el monopolio de la fuerza y la seguridad.” --termina diciendo Jaime Peralta.

Escuche la entrevista completa de Jorge Mejía Martínez




Y A VOLAR!!!!

“Estábamos haciendo salvamento” dice don Argemiro Restrepo mientras se sienta en la tienda “El chispero” de la vereda El Plan. “Esos muchachos se ponen a comer hongos de esos mierderitos y a meterse drogas y pierden el sentido” -dice- “tuvo que venir la policía a sacarlos porque estaban en propiedad privada y se llevaron casi a veinte en un camión, a los que estaban fumando cosas y a los que no también los montaron.”--termina-.

¿Y qué es eso del salvamento? Le pregunta un hombre canoso con cara de citadino, que se encuentra en la mesa del lado cubierto con una ruana y una cerveza fría en la mano. Continúa don Argemiro “Es que nosotros dentramos a lo que llaman el Valle y nos toca auxiliar a jóvenes que están idos. El fin de semana pasado una niña creyó que se estaba incendiando en medio de su locura y se quitó toda la ropa. Cuando la encontramos estaba arrugada, arrugada del frío y temblaba...”. “Seguramente era hipotermia”-- dice el hombre canoso.

Como una cuna del exotismo perdido de la ciudad, entre el verdor de los pinos y la frescura de los vientos fríos que llevan la sangre a cada célula del cuerpo y enrojecen las mejillas, Santa Elena es un espacio de alucinaciones permanentes, pero que padecen de exceso de realidad para los más inconformes.

Los hongos, la marihuana y el LSD han encontrado el despliegue de todos sus efectos en un lugar que realmente los motiva, pero que no puede luchar contra los abusos y la irresponsabilidad de los consumidores. Mucho menos, contra la ola de un mercado de la ilegalidad que empieza a ganar terreno y a incrementar la aversión del campesino por el hombre de ciudad. Cientos de jóvenes frecuentan los ya numerosos “valles de los hongos” en búsqueda del famoso Amanita Muscaria; un hongo rojo de puntos blancos que lleva de vuelta a esas épocas de los pitufos y al reino Fungi de la excentricidad.

Tras el esnobismo de conocer otras dimensiones de la realidad y escapar de una vez de ésta, muchos seudo-intelectuales han aprovechado la curiosidad y la mala información de los jóvenes frente tradiciones indígenas como el Yagé. Lo que pocos saben, es que mientras creen entrar en sintonía con la naturaleza y el lavatorio interno del cuerpo, están siendo víctimas de uno de los cocteles más peligrosos : una mezcla de escopolamina con químicos, fatal para la memoria y por qué no, para la cordura misma.

Foto tomada de www.focusonnature.be

Pero los problemas no se hacen esperar. Los excesos de la ciudad empiezan a permear las juventudes y a sacarlas de la tranquilidad de las montañas, para meterlas en dinámicas non sanctas que incluyen drogas, alcohol y prostitución. Las cifras de criminalidad y VIH aumentaron en el último lustro de manera preocupante según la corregidora de Santa Elena Sor Maria Benitez, quién además ha expresado su preocupación por el éxodo de las nuevas generaciones que no se quedan en sus veredas a la espera de oportunidades, sino que deciden sus proyectos de vida bajando a la ciudad en busca de los nuevos cánones de belleza, condición social y niveles de vida; siempre buscando nuevos horizontes. O mejor, el horizonte más desgastado de todos: el citadino.