domingo, 29 de marzo de 2009

Medellín y Celulares: empatía esnobista

Referirse a la telefonía celular como un fenómeno que revolucionó al mundo, acabaría con el sueño eterno de más de un Grahan Bell, un Einstein, un Gutenberg o un matrimonio Curie.
Más duro aún, sería enfrentar las turbas enardecidas de historiadores, sociólogos y antropólogos, quienes destruirían los claustros en busca del sofista ignorante que anda por ahí con la insolencia de creer saber los alcances de una revolución y atribuírselos a la nimiedad de un aparatillo inalámbrico.

Sin embargo, es una lástima despertar iras a los mansos ilústres, pero esa hipótesis con rostro de blasfemia merece ser evaluada desde las más altas esferas de intelectualoides, muchas de ellas escépticas al uso del celular y nostálgicas de esos viejos tiempos de aulas, bibliotecas y museos silenciosos, donde apenas se contaba con los esfínteres como excusa para abandonar tempestivamente los recintos. Hoy, esas nuevas dinámicas académicas, son apenas un motivo más para tomarse en serio el tema.

Es más, hablar en términos del "mundo" resulta una tarea suficientemente engorrosa como para dejársela a los grandes investigadores, y un buen zoom al atlas sería de gran ayuda en una labor para nada mesiánica y mucho menos optimista, en la que Medellín actuaría como un perfecto laboratorio de algo que llamaríamos la Revolución Esnobista.

Irse varios siglos atrás en la historia de la humanidad para identificar los avances que de verdad han producido un cambio radical en la vida y el actuar del hombre, quizás nos traiga a la memoria un repertorio de grandes innovaciones de la talla de la pólvora, la imprenta, la luz eléctrica y la bomba atómica. Pero las nociones tradicionales que viene a romper la telefonía celular son tan fuertes, que pueden hacerlo equiparable a semejantes creaciones humanas.

El espacio y el tiempo como variables radicalmente necesarias en el pensamiento y la concepción de la existencia humana, determinan los tipos de vida y muerte que el hombre va hilvanando en su concepción de cultura. De ahí, que un mínimo cambio en las variables sea una fuerte transformación en el campo de las dinámicas sociales y consecuentemente en campos derivados como la economía, la política y más importante aún, las mentalidades.

De esas mentalidades mencionadas, que José Luis Romero define como el conjunto de ideas no sistemásticas que conforman la base de una sociedad en un espacio y tiempo determinado, es que dependerá toda una estructura de relaciones humanas, donde la simple idea de obviar las distancias en el proceso comunicativo, es todo un revolcón en los viejos cimientos que empieza a evidenciarse en cambios lentos pero permanentes de comportamiento.Los cambios llegan con más o menos rapidez y fuerza, de acuerdo a las fortalezas y debilidades de la vieja superestructura que haya estado diferenciando a la sociedad. Además, de ellas mismas dependerá la resistencia que la población ejerza sobre ellos.

Así, es como el análisis de la llegada del celular a Medellín puede irse particularizando en la medida en que tomemos en cuenta características propias de la ciudad. De ahí que la idea de usar el adjetivo "Esnobista" no resulte descabellada en la misión que emprederemos.

El celular hace parte de una rápida corriente de tecnologías que empezó a inundar las ciudades occidentales desde la segunda mitad del siglo XX. En Medellín, podríamos pensar que fue desde la primera década del siglo XXI cuando la Internet empezó a masificarse y a llevarse por delante cientos de aparatos tecnológicos de mediana importancia pero de fácil difusión. El celular, inicialmente como uno de ellos, fue objeto de sensación en una prominente clase media (tradicionalmente esnobista) que junto a estas tecnología y otros factores de carácter económico, empezó a elaborar una nueva mentalidad en donde la vida de las grandes urbes, que apenas se conocía por la televisión y las revistas, se hizo deseosamente emulable.

Las ventas crecieron por millones y en poco tiempo ideas como la "indispensabilidad" del teléfono celular hicieron parte de un discurso que poco a poco fue permeando todas las clases sociales. De ahí que la existencia de la modalidad del "prepago" en los planes de telefonía móvil, sea apenas el resultado de la propagación de una tecnología físicamente prescindible pero mentalmente necesaria, en una ciudad donde pocos podían sostener semejante lujo.

Decir que la Medellín es tierra de esnobistas, sería una generalización demasiado arriesgada. Sin embargo, sí hay factores que dan cuenta de una gran disponibilidad de la ciudad a la importación de prototipos y a la burda acomodación del uso de estos en las condiciones sociales preexistentes. Por eso, se hace común escuchar testimonios como los de Claudia Vásquez, vendedora de telas quién afirma: "Yo no tengo con qué sostener un celular con plan (pospago) pero si me quedo sin celular me siento totalmente desconectada, como aislada del mundo, entonces es mejor tenerlo así sea para recibir llamadas y ya".

La idea de aislamiento es precisamente el producto de las presiones ejercidas por unas ideas no sistemáticas ni formales, pero fuertemente determinantes en el comportamiento, de ahí que Juan Carlos Atehortúa, psicólogo de la Universidad de Antioquia sea indispensable para clarificar los motores de aquello que nos atrevemos a llamar revolución, mientras afirma: " El sentimiento de rechazo que empezamos a expresar en frases como 'estoy out' o 'estoy desconectada', revelan la magnitud psicológica de la influencia de la tecnología en las sociedades. Extrañamente las distancias se hacen más cortas, pero la susceptibilidad a la soledad aumenta al crecer la dependencia frente al aparato celular. Las personas dejan de comprender las lejanías naturales del cuerpo y empiezan a sentirse inferiores cuando no tienen la capacidad (monetaria o física) de superarlas (...)"




En las pupilas..

jueves, 26 de marzo de 2009

jueves, 19 de marzo de 2009

A propósito de la epidemia reeleccionista en la Universidad

Una semana después de los funestos hechos que enlodaron la labor académica del Alma Máter, no quedan dudas de la creciente impotencia y del total aislamiento en el que ha caído la Ciudad Universitaria. La carencia de autoridad y un reiterado intento de gobernabilidad totalmente fallido que, en una premonición mucho más lamentable va a ser reelegido, se han posicionado como punto primordial de discusión, dejando de lado la reflexión oportuna que le corresponde a los estamentos universitarios.

Se pregunta uno qué pasa con el buen juicio de quienes conforman el Consejo Superior de la Universidad y que en un intríngulis más politiquero y más clientelista que académico, se rifan la rectoría de la institución sin pudores. Mientras tanto, los candidatos, que entre opcionados pueden reducirse a dos nombres, se desgastan en foros donde las divagaciones metafísicas y las abstracciones reemplazan las propuestas concretas, quitándole a los maestros- candidatos el esfuerzo de formular soluciones y la mediana valentía de defenderlas .

Ni la visión más pragmática (o más política) de los candidatos, podría desconocer que seis años de una rectoría que brilló por su ausencia, quemando más calorías en mantener aletargada a la Asamblea Estudiantil y a la Asociación de profesores que en superar el descenso académico de la universidad, debe pagar un costo político apenas racional. Sin embargo, es más indignante aún el hecho de que sea la misma Asociación de Profesores una de las grandes proselitistas de la campaña de Alberto Uribe, pasando por encima de sus funciones reguladoras y de su papel en la discusión académica.

No podemos desconocer que los problemas de seguridad de la Universidad se encrudecen en la misma medida en que la violencia y la falta de autoridad se toman la Ciudad. Pero es igualmente absurdo, ignorar el alto grado de responsabilidad que tienen el malentendido presupuesto de autonomía universitaria, que hasta hoy, ha mantenido 287.467 m2 y más de veinticinco mil personas, en una isla de impunidad donde parecen ser inexistentes los resultados de las teorías clásicas contractualistas y donde el monopolio de la fuerza ha sido repartido entre las fuerzas oscuras que se oponen a la función última fundamentalmente académica de la Universidad.

De ahí que los estudiantes, en vez de enfrascarse en peticiones tan imposibles como perjudiciales (como una elección democrática del rector donde el populismo y la demagogia se tomarían los claustros), y los maestros, además de estar comprometidos con su militancia, más aún que con la academia; deben empezar a ser concientes de su papel en una real y tangible democracia, en la que se deben preocupar por estudiar, pensar, debatir y ahí sí, opinar, con suficiente juicio y autoridad.









miércoles, 11 de marzo de 2009

El celular: Un tsunami tecnológico



En una constante lucha por superar las dificultades espacio- tiempo, el hombre de las últimas décadas ha emprendido misiones apenas comparables con las revolucionarias y futuristas ideas de Julio Verne, pero duramente criticadas por los infantables escépticos que no han dejado de recordar las limitaciones humanas a quienes sueñan con romper las barreras de la distancia y la impotencia del hombre frente a la naturaleza.

En la década del 40, en los Estados Unidos, el proceso de instalación de redes comerciales para implementar métodos más fáciles de comunicación, engendraría mediante el uso de operadoras y equipos analógicos, lo que en los años 80 ya se conocería como telefonía móvil. Las operadoras prácticamente desaparecerían en la década siguiente y un sofisticado equipo celular estaba presto para reemplazar las centrales de comunicación y los métodos análogos hasta el punto de dejarlos obsoletos.

Desde ese momento múltiples e inclementes mutaciones del teléfono celular, han condenado a cientos de estos al desuso en una inacabable carrera contra el tiempo en la que cualquier estado de superioridad resulta rebatible; el mundo parece ahora adoptar el ritmo de las nuevas tecnologías y la implementación de procesos y funciones empiezan a proponer nuevos paradigmas sociales del "todo en uno".
Cada teléfono celular tiene los días contados en medio de los vericuetos del boom de lo novedoso y en las crecientes necesidades humanas que se modifican al ritmo de las tecnologías.
Así es como la nimiedad de un artefacto que apenas parecía ser uno más de aquellos que llegarían para facilitarle la vida a los más privilegiados, desapareció en un abrir y cerrar de ojos al encontrarse con un proceso de masificación rápida que poco o nada sabe de estratos sociales . Basta concoer que sólo en Colombia, un país de 44.5 millones de habitantes y donde aproximadamente el 27.7% de estos padecen de tener sus necesidades básicas insatisfechas (Dane, último censo 2005), es posible contar para el 2009 con casi 40 millones de abonados a la telefonía móvil (Semana.com); factor determinante si se tienen en cuenta los altos costos impositivos de dicha tecnología en comparación con los países desarrollados.
Sin embargo, a esa repentina masificación no pudieron sobrevivir los antiguos paradigmas culturales, sociológicos o económicos que parecían inamovibles al frente de la volatilidad tecnológica. La sola experiencia en el campo de la economía latinoamericana arroja cifras desorbitantes en cuanto a la contribución en materia económica de la telefonía móvil, que alcanza el 1.3% del PIB del conjunto de países como Colombia, Venezuela, Brasil, Chile, México y Perú. A esto se agrega la variedad de trabajos informales que han resultado del comercio masivo de esta tecnología.

La venta de minutos, simcards, repuestos, equipos, recargas y accesorios para celular, han ido generando una nueva dinámica laboral que nada tiene que ver con las grandes compañías prestadoras de servicios, sobrepasando los límites de la legalidad. Sólo el caso de la venta callejera de minutos ha debido ser revisado varias veces por el ministerio de comunicaciones en un afán por reglamentar la práctica que presenta serias irregularidades en cuanto a los precios de oferta: mientras una cabina ofrece los minutos a mínimo 300 pesos, en la calle pueden conseguirse a sólo 150.

De ahí pues, que el fenómeno del teléfono celular supere la trivialidad y deba ser sometido a análisis políticos, económicos y sociológicos de la misma magnitud de sus efectos. Los cambios trascendentales en las necesidades humanas y en la concepción del tiempo y el espacio, han empezado a hacer mella en las viejas teorías de la comunicación y en las tradicionales formas de relacionarse, al punto de establecer nuevos códigos de comunicación que poco a poco han roto con los formalismos de la lengua .
El cambio es palpable, lejos quedaron las abstracciones que permitían a los apáticos tecnológicos juzgar el fenómeno del celular como un capricho efímero y ahora es cuando se esclarece la ilimitada capacidad humana de modificar sus propias realidades. Sin embargo, por ahora ellos no dan lugar a fatalismos ni mucho menos a discursos gloriosos; al menos mientras los estudiosos sigan albergando semejante tsunami tecnológico en el estado más embrionario de la consciencia.